Stella es otra visión del paso de la infancia a la adolescencia. La chica, de 11 años, vive en la París de finales de los 70, en un entorno un tanto difícil: sus padres tienen un bar y para entrar en la casa hay que pasar por él, y Stella conoce a los clientes y pasa algún rato jugando con ellos a las cartas. No se le dan bien los estudios, y tiene dificultades para entablar amistades con sus compañeros, siendo una chica bastante solitaria.
La directora y guionista de la película, Sylvie Verheyde, nos presenta aquí un personaje en una etapa clave de su vida, y nos la presenta en un entorno difícil, aunque no hostil. Todos sabemos que Stella es querida por sus padres y por los parroquianos del bar, aunque también sabemos que no es la mejor situación para ella a su edad. Que a pesar del cariño que le tienen sus padres, estos muchas veces parecen más perdidos en sus propios problemas que en preocuparse de su propia hija, que se ha vuelto bastante independiente para la edad que tiene.
La cinta trata de abarcar diversos puntos, quizá demasiados, y aquí reside uno de sus defectos: intenta hablar de demasiadas cosas en muy corto espacio de tiempo. Las tramas no llegan a chirriar, pero aún así alguna queda un tanto suelta. No obstante hay otras que están mejor desarrolladas y forman el auténtico cuerpo de la película, como la amistad de Stella con Gladys, una hija de emigrantes intelectuales argentinos. Ambas representan dos mundos bastante diferentes, pero se compenetran bien y nos contarán la parte de la trama dedicada a la amistad, a esa amistad que no le importa la procedencia o situación de la otra. Aunque creo que esta parte es la más importante, la historia se mete también en dilemas de educación, problemas matrimoniales, el primer amor de la niña, discriminaciones e incluso alguna trama más oscura todavía. Todas estas historias y desarrollos afectan a la evolución y crecimiento personal de Stella en esa estapa tan importante de su vida.
Este tipo de historias se sustenta fundamentalmente en los personajes, y por tanto los actores, que además son niños, por lo que podrían verse abrumados por la responsabilidad. Pero no es el caso, tanto Léora Barbara (Stella) como Mélissa Rodriguès (Gladys) están muy bien en sus respectivos papeles, apoyadas por un correcto trabajo de los adultos (sorprendente Benjamin Biolay, no tanto por su actuación, que es correcta, sino por su parecido con Benicio del Toro).
La película no es muy larga, dura algo más de hora y media, aunque en algunos momentos su ritmo se resiente en ocasiones y como comentaba anteriormente, quiere abarcar demasiadas cosas, por lo que a veces se hace un poco más densa o resulta un tanto inconexa. Sin embargo, como regla general la narración es fluida, y no tiene pegas a nivel técnico. Al final, resulta una película interesante de ver y que no creo que decepcione, sobre todo si buscáis una perspectiva europea al problema de los adolescentes, aunque tampoco es especialmente recomendable. Posiblemente existan varias películas girando alrededor de un tema similar, y de mejor resultado.
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